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Mi tiempo en El Locutorio


Previamente para mí, el uso de la voz parecía un terreno surcado por pocos hombre y mujeres que decidieron usar sus dotes de narración e interpretación oral por una buena causa. Era una línea de trabajo que yo veía desde otra perspectiva, aquella de un chico con deseos de triunfar en la vida sin saber cómo. Aunque ese fuera el caso, sentía que mi voz era especial, entonces desde muy pequeño la empecé a trabajar, sin embargo, nunca me di cuenta de cómo estaba progresando sino hasta hace unos meses, que ingresé en un gimnasio de locución. Lo curioso es que fue por una simple conversación que terminé allá, por más aleatorio que suene. Se preguntarán por qué elegí usar mi voz para salir adelante en la vida; suena fácil, pero en El Locutorio, me di cuenta de que el camino que la voz te ayuda a recorrer sólo puede atravesarse por medio del esfuerzo máximo, pero con la humildad suficiente para dejar a un lado el ego y los complejos de grandeza que sin duda vinieron después.

Todo empezó cuando Tomás y yo estábamos hablando sobre nuestro futuro en la universidad. Era una conversación que aún no habíamos tenido, y si íbamos a ser compañeros en la carrera, decidí que lo mejor sería conocer sus aspiraciones y sueños, para ver cómo lo podría apoyar más adelante. Le conté que yo pensaba enfatizarme en la radio, me dijo que le parecía muy interesante, y me recomendó un lugar del cual había oído donde podríamos practicar nuestro uso de la voz: El Locutorio: Gimnasio de la Voz y la Locución. La idea me quedó resonando en la cabeza, así que al terminar el semestre, decidí hacer algún un curso allí. Le pregunté a Tomás si me quería acompañar, pero no lo hizo, quién sabe por qué.

El curso era dos veces a la semana, cada lunes y jueves de seis a nueve de la noche. Al llegar por primera vez a El Locutorio, me llevé una grata sorpresa: era más pequeño de lo que imaginé. Pensaba que iba a ser todo un edificio dedicado a trabajar la zona de sus estudiantes, pero no: Era un primer piso completo, pintado de colores cálidos, con sillas y mesas con micrófonos listos para funcionar. Había un estudio de grabación al fondo a la izquierda, donde el técnico Mauricio vivía encerrado, grabando y editando constantemente piezas de audio. También había una sala de clases privadas a la derecha, en la cual un profesor que nunca llegué a conocer dictaba clases de música (una habilidad digna de aprenderse). Las paredes blancas estaban repletas de dibujos de personas famosas, todas ellas conocidas por el uso de sus voces: Michael Jackson, Freddie Mercury, Martin Luther King Jr, Frank Sinatra, entre muchos otros. Me inspiraban cada vez que las veía, como si la melodía de su trabajo vocal retumbara en mi corazón y me hablara sobre un futuro distante a través del sonido de mi voz.

Llegué y tomé asiento en un círculo de sillas, mientras llegaban mis compañeros: una administradora, un antropólogo, un joven universitario (mayor que yo), una locutora, un locutor, una universitaria (estudiante de comunicación, a punto de graduarse), una cantante, una improvisadora, una traductora francesa, y yo. Nosotros diez, a cargo de nuestro profesor Alexander Pinilla, comenzamos una jornada de varias semanas donde aprendimos sobre todos los aspectos relevantes a nuestras acciones con la voz: intención, interpretación, repetición, vocalización, vibración, improvisación... toda una marea de ejercicios para fortalecer nuestro conocimiento. Después, los jueves nos visitaba Lena Trujillo, una fonoaudióloga experta en los aspectos científicos de la voz, quien nos enseñó a controlar nuestra respiración, soltar el cuerpo para mejorar la proyección, y dejar la vergüenza a un lado para aceptar críticas constructivas sobre nuestras respectivas voces. También tuvimos visitas de profesores invitados, entre ellos un coach de actuación, un director de grabación, quien nos ayudó a perfeccionar nuestra intención al locutar, y mi favorito; un locutor que nos llevó a locutar en la calle, libres de las ataduras de la cabina de grabación.

Esto es un simple recuento de mi experiencia en una medida muy superficial, ya que prefiero que aquel que decida ir a El Locutorio, viva en carne propia lo que fue para mí sonreír cada vez que entraba por esas puertas, con el sueño de llevar mi voz al corazón de las personas cada vez más cerca.

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