No hacía falta
El ardor recorría poco a poco mi garganta a medida que el humo blanco avanzaba hasta completar su travesía. El olor a cereza, frambuesa y un par de moras silvestres invadía mi nariz y se esparcía por el espacio mientras la piel sentía el roce suave del aire bogotano cada vez menos frío. Ya hacía mucho tiempo que no me esforzaba tan monumentalmente en algo como aquella noche, pero era justo, y por supuesto muy necesario, debía reunir todas mis fuerzas y permanecer concentrada, un paso en falso y todo mi plan acabaría antes de empezar, solo tenía una y solo una cosa en la cabeza: debía anular a conciencia el reflejo maldito de toser instintivamente, tenía que ser buena en esto. ─ Es lo que querías, ¿Recuerdas? ─ Me decía a mí misma con un tonito burlesco y una pizca de ironía.
Entre sin compromiso
Son las 5:20 de la tarde de un viernes como cualquier otro, acabo de llegar del colegio, con mucha prisa me alisto y bajo a la entrada de mi edificio, allí están Laura y Valeria, esperándome. Al cabo de diez minutos de caminar por entre los parques y conjuntos que caracterizan los alrededores, llegamos finalmente al lugar que nos vio crecer. Ubicado en el norte de Bogotá y con un Burger King a su costado derecho, el Centro Artesanal de la 140 recoge las más profundas memorias de una tarde en Salento, Quindío, o quizás algún rincón por los confines de Boyacá. El lugar está construido bajo tradicionales tejas en barro y columnas en madera que le dan una sensación especialmente acogedora a su estructura, junto con los pequeños banderines de colores que atraviesan de lado a lado el techo imaginario de su parqueadero, cuál festival de rebajas del Éxito. La entrada está señalada por dos altas palmeras estilo Beverly Hills, muy playero de su parte, y detrás de los carros se ve el frente, un escenario saturado por infinitud de llaveros, bufandas, manillas, accesorios de todo tipo, ropa, bolsos y adornos para el hogar. Dar un paso allí es estar en cualquier otro lugar menos en Bogotá; un pedazo de pueblo ubicado en la gran ciudad.
Recorro sus estrechos pasillos, adentrándome en las profundidades de un universo que contiene todo lo que una persona desee comprar. Desde los tradicionales ponchos artesanales hasta perfumes y cremas de Victoria´s Secret; el lugar no discrimina ni se limita a ofrecer artesanías, y mucho menos las nacionales. Casi siempre los lugares con más personalidad son aquellos en donde se encuentran los forros para celular, o piercings y demás accesorios, pero en mitad de nuestro recorrido turístico hay algo que siempre pide a gritos mi atención, y tal vez esa sea la razón por la que estamos en una feria artesanal un viernes en la tarde, quizá un carriel antioqueño no es precisamente lo que vinimos a buscar. No se puede negar: una especie de tubo anexado a una máscara a un solo paso de ser el vestuario icónico de doctor de La Peste pone a prueba la curiosidad de tres adolescentes fisgonas, y junto a esta, un particular aparato de aspecto esbelto y elegante, imponente, con una manguera junto a él: una narguila, como popularmente se le conoce.
Hay una razón para todo, y la nuestra orbitaba alrededor de aquel extraño objeto árabe que mi ingenua yo de 13 años jamás había visto en su vida. Los vendedores ansiosos por nuestra llegada nos invitan a seguir. - Mire lo que quiera sin compromiso. - Nos dicen. Narguiles de distintos tamaños, colores y número de mangueras nos observan coqueteándonos desde los estantes. - Tenemos carbones, aluminios, esencias, repuestos de mangueras, el kit completo, todo en narguilas. Le hago el 30% en el segundo producto, sigan mis reinas. ─ Siempre fue así, entraba con 20.000 pesos y salía sin ellos, pero esa primera vez algo ocurrió que no estaba previsto. Entré sin compromiso y salí comprometida, irónicamente conmigo misma, ah y claro, con cajita en mano. Mi experiencia comercial se puede dar por bien servida.
Tenía que gustarme
Al llegar al conjunto de nuevo, fue cuestión de unos escasos cuatro minutos sacar el aparato de su caja, el carbón, la esencia, llenar con un poco de agua el recipiente naranja resaltador y conseguir un encendedor, todo debía estar listo. Al cabo de tres minutos, por desgracia, nos percatamos de un pequeño detalle: ninguna fuma cigarrillo, al menos aún, por supuesto… ¿De dónde íbamos a sacar un encendedor? Nos tomó tres segundos recurrir a una alternativa un poco más rústica; si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña, sí, con todo el sentido árabe-musulmán incluido.
Fósforos, así es, íbamos a encender un carbón con fósforos en un espacio abierto a las 7 de la noche, brillante alternativa, pero no había de otra. Al cabo de unos 15 intentos, media hora y 1.500 en fósforos lo conseguimos, una escena bastante patética a ojos ajenos, debo aceptarlo, pero es lo de menos ¿Ahora qué podía salir mal?
Poco a poco el carbón se consume, su color negro se transforma lentamente en un tono rojizo que se va matizando hasta llegar a un gris completamente seco, opaco, muerto. Todo se vuelve real, la esencia empieza a deshidratarse, el calor del carbón absorbe todo el líquido morado intenso que ahoga el puré de tabaco, el agua empieza a evaporarse, empañando las paredes del grueso vidrio donde se alojaba para luego mezclarse con la esencia ya quemada y salir por el pequeño, pero algo largo conducto. De la boquilla sale el humo, que con cada inhalación se vuelve más denso, más blanco, más puro. Me pasan la manguera, nunca en mi vida había hecho esto, aunque con seguridad en mi mente era posiblemente la décima vez que lo hacía; mis expectativas podrían haber alcanzado el nivel de las nubes, es más, no había cielo que pusiera un límite. Inhalo, el humo llena cada rincón de mi boca, y me lo paso. De repente un ardor en mi garganta llama poderosamente mi atención, mi expresión cambia, siento un profundo desagrado, me siento irritada, en la forma más literal de la palabra. El recuerdo de una noche camino a la clínica se posa en mi cabeza, tengo 8 años, me duele la garganta, la penicilina siempre ha sido mi amargo compañero. ─ Tienes amigdalitis. ─ Me dicen. Esos cinco segundos se vuelven una eternidad. Regreso rápidamente al momento, no estoy en una clínica, estoy en un parque, y no estoy enferma, solo fumando narguila, no es para tanto.
Me concentro, siento como el ardor se transforma en un áspero cosquilleo y las ganas detestables de toser comprimen mi pecho. ─ Nada de esto estaba contemplado. ─ Pienso. Por varias semanas esperaba el momento en el que lo hiciera por primera vez, fumar narguile, obvio, pero el paralelo sirve a fines de analogía. Lo único realmente premeditado era la confirmación casi obligatoria de que me iba a gustar, lo había experimentado una y mil veces en mi cabeza, tenía que gustarme, pero sucedió absolutamente todo lo contrario. ¿Que qué podía salir mal? Bueno pues todo salió mal, pero mi conciencia arrogante y caprichosa no estaba dispuesta a aceptarlo. No hacía falta que me gustara, ni en lo más mínimo, solo tenía que decirme a mí misma que así fue. Quizá así no me iba a sentir tan avergonzada.
Expuesta pero consistente
Era casi rutinario, como por inercia, viví auto engañándome por varios meses. Iba y volvía, siempre con las mismas personas, siempre a los mismos lugares, pero a mí nadie me influenció, esa es una hipótesis muy cómoda y con seguridad muy riesgosa. No quería quedar bien con nadie, es absurdo, solo quería quedar bien conmigo misma. Dicen por ahí que la disciplina es la parte más importante del éxito, y vaya esfuerzo que hice. Al cabo de tres meses finalmente le encontré el gusto por fumar narguile. Paciencia, dedicación y disciplina; gran logro.
Afortunadamente fue algo pasajero, solo duró un par de años y no tuve que hacer el mismo esfuerzo para dejar de hacerlo como el que hice, admirable y destacable, para que me empezara a gustar en primer lugar. Pero se trata de la más grande de las ironías cuando hablamos de la narguila. Unos la usan y años después empiezan a fumar, otros la usan para dejar de fumar, algunos otros como pasatiempo, y algunos otros como yo sin ninguna razón aparente, solo por satisfacción propia, dejando de lado el auténtico gusto por ella. Pero algo es cierto, y es que todos quedamos expuestos, en especial dos entusiastas adolescentes y una muy comprometida con lo suyo. Según la Organización Mundial de la Salud, estas prácticas son perjudiciales para la salud por los tóxicos a los que el cuerpo está expuesto, lo cuales pueden causar cáncer de pulmón, enfermedad coronaria y otras enfermedades. No hacía falta que me gustara, solo tenía que convencerme de que sí, aunque abriera inconscientemente una puerta llena de riesgos del otro lado.