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Las batallas del general


Él es el General Sandua. A las siete de la mañana se sienta en el Parque Santander, en el centro de Bogotá, a tomar el sol y a observar a su alrededor gente yendo y viniendo, unos trotando y caminando, otros hablando y otros durmiendo. Impávido, parece observar el ajetreo del mundo con la tranquilidad que dan los años de la adultez. Detrás de él hay una historia de injusticia social, de marginación, de completa inequidad y, finalmente, de las mellas que las anteriores dejan en la sociedad.

Su familia era del Eje Cafetero. Como era costumbre en su generación, se separó prematuramente de los suyos para buscar su camino. Pronto se dio cuenta de la realidad que la gran mayoría de colombianos viven: pobreza, falta de oportunidades y, sobre todo, la gran desigualdad que nos divide. Unos ricos, otros pobres; unos sin nada y otros que lo tienen todo. Don Sandua no se quedó con las ganas de llamar la atención de la gente. Se colocó una bandera encima, un gorro y un abrigo militar para llamar la atención en las calles. El longevo general tiene como propósito luchar contra la injusticia, luchar contra la desigualad.

Con una energía de un hombre de la mitad de su edad, se expresa de la clase dirigente de forma contundente y letal. Según él, esa clase ha sido la culpable de los males de Colombia. El general tiene ochenta y nueve años, vive en una sencilla habitación en el centro de Bogotá y agradece cuando una persona desprevenida lo mira con atención y le ofrece un café o un tinto con pan.

Cuando estaba sentado a su lado, un cálido domingo en el Parque Santander, se acercó un costeño y me dijo “mira, este señor tiene la razón en lo que te dice. Solo obsérvalo ¿tú crees que alguien de su edad merece estar en esas condiciones? Este señor debería tener una mejor calidad de vida”. Me quede en silencio, Don Sandua hizo como si no escuchara. Se colocó una bandera de Colombia encima, se puso tiras de colores amarillo, azul y rojo en las manos, y sacó sus dotes de orador, parado en el cemento que rodeaba a un árbol. La gente lentamente se hizo a su alrededor. El general habló contra todo, no dejó títere con cabeza. Cuando terminó se llevó el aplauso de todos nosotros y él se llenó de alegría y esperanza de que algún día venga ese cambio del cual él quiere hacer parte. Nunca perderá la ilusión y la esperanza. Quizás, y sin deseos de juzgar a nadie, Don Sandua, el general de las calles bogotanas, es más joven, más valiente, más atrevido y menos indiferente que muchos de nosotros.

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