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Indignidad en la política

Nuestro país ha tenido ciento catorce presidentes (114) desde que nos independizamos de España. En esa larga lista podemos encontrar ciertas particularidades que distinguen a los candidatos y líderes políticos de antes y los que hay en la actualidad.

Tiempos atrás encontrábamos en la política o vida pública a hombres de letras y cultos, los cuales incluso eran maestros en varias ramas de conocimiento como las matemáticas, filosofía, ciencias naturales, etcétera. Hoy en día vemos que las personas que dirigen y aspiran a dirigir nuestro país no tienen la suficiente preparación y solo están allí o porque pertenecen a castas familiares, amiguismo, o poseen mucha astucia y maquinaria; todo lo anterior, menos preparación para dirigir un país tan complejo como Colombia.

¿Dónde quedan hombres como Antonio Nariño (traductor de los Derechos del hombre); Miguel Antonio Caro (quien trabajo al lado del filólogo más importante de Colombia, Rufino José Cuervo); José Manuel Marroquín (destacado hombre de letras) y muchos más? Independientemente del veredicto que dio la historia acerca de los personajes mencionados, de los cuales, aclaro, se puede decir todo, menos que eran hombres sin ninguna perspectiva o incapacidad intelectual para ocupar la silla presidencial.

En cambio, en la actualidad muchos políticos colombianos, siempre contando algunas excepciones, son maestros en la compra de votos, trampas, maquinaciones, demagogia, compromisos, desprestigio al rival y repartición de tamal y teja. Pero en asuntos de política macroeconómica, reformas, educación, inversión y demás temas de coyuntura nacional, se quedan cortos y solo se limitan a lanzar unas débiles frases que no dejan nada en concreto, porque nadie enseña lo que no sabe y nadie da lo que no tiene.

Lo anterior no se trata de presentar una crítica destructiva en contra del régimen actual valiéndose de anacronismos que comparen una época con otra, tampoco de dar un análisis basado en un punto de vista miope que no tiene en cuenta el pasar y hechos dentro de los tiempos históricos. Pero, a decir verdad, con el pasar de los años la indignidad en la política es un fenómeno cada vez más evidente en las democracias liberales.

¿Qué ha pasado con la política? ¿Desde cuándo la vida pública dejo de tener valor, hasta el punto de que las personas menos idóneas para manejar el Estado sean las que lo dirijan con el aval de la misma sociedad civil? Esta reflexión es la que debemos hacernos en un momento coyuntural como el que está viviendo nuestro país.

La gran crisis de la política en la actualidad se basa en que la población no tiene arraigo y credibilidad en las instituciones públicas, lo bueno de esto es que ya la gente no come tanto cuento, y es ahí donde está el reto de los líderes del mañana. Colombia necesita nuevos dirigentes que recuperen la confianza en el sistema, además de ser personas instruidas y preparadas para conducir a este país por el mejor camino.

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